Luis González Obregón
Sillón No. 10 de 1919 a 1938
Jesús Galindo y Villa
Sillón No. 9 de 1919-1937
Manuel Mestre Ghigliazza
Sillón No.14 de 1920 a 1954
Genaro Estrada
Sillón 12 de 1919-1937
Ignacio J. de Villar Villamil
Sillón No. 8
Atanasio G. Saravia
Sillón No. 17 de 1920 a 1969
Alberto M. Carreño Escudero
Sillón No. 15 de 1935 a 1962
Manuel R. de Terreros y V.
Sillón No. 7 de 1919 a 1968
Juan Bautista Iguiniz Vizcano
Sillón No. 11 de 1919 a 1972
Edmundo O'Gorman
Sillón No. 10 de 1964 a 1987
Luis González y González
Sillón No. 6 de 1972 a 2003
Miguel León-Portilla
Sillón No. 17 de 1969 a 2003
Gisela von Wobeser
Sillón No. 26 de mayo 2003 a agosto 2011
Andrés Lira
Sillón No. 3 de septiembre 2011 a febrero 2018
Javier Garciadiego Dantan
Sillón No. 12 director actual
Director de 12 de septiembre de 1919 a septiembre de 1922
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 10 de 1919 a 1938
Reseña Biográfica (1865 - 1938)
Dicen que Luis González Obregón levantaría del suelo poco más de metro y medio, y que era delgaducho, de hombros encorvados, largos y espesos bigotes, y extraordinariamente miope. Venía de una familia criolla guanajuatense, ciudad en que nació el 25 de agosto de 1865. Cuando contaba dos años sus padres se trasladaron a la ciudad de México, de donde Luis casi no se movería. Siendo estudiante de Preparatoria conoció a Ignacio Manuel Altamirano, quien fue su maestro y despertó en él la afición por la historia. A principios de 1885, un grupo de estudiantes: Luis González Obregón, Ángel del Campo, Luis G. Urbina, Ezequiel A. Chávez, Toribio Esquivel Obregón, Francisco A. de Icaza y otros menos ilustres, fundaron el Liceo Mexicano Científico y Literario, que subsistió hasta 1894. Las reuniones informales del grupo se hacían en la habitación, ya biblioteca, de "Ronzalitos", o sea Luis González Obregón, como lo cuenta "Micros". En 1889, cuando el maestro Altamirano se iba de cónsul a Europa, el Liceo lo despidió con una velada, el 5 de agosto de 1889, que debió emocionar al maestro. González Obregón publicó un folleto que recogió los discursos y versos pronunciados en aquella noche, de viejos y jóvenes Ángel de Campo y Guillermo Prieto, Luis G. Ortiz y Juan de Dios Peza, una espléndida carta de Justo Sierra y un discurso de Porfirio Parra, más versos de Manuel Gutiérrez Nájera y Luis G. Rubín, un discurso de José P. Rivera y versos de José M. Bustillos y Enrique Fernández Granados, y en fin los artículos y poesías que se publicaron en la prensa en aquellos días.
Por estos años González Obregón comenzó a publicar artículos en "El Nacional" la cerca del pasado y las leyendas de la ciudad de México, que luego formarían sus grandes libros de esta índole: México viejo (1521 1821) (1900), México viejo y anecdótico (1909), Vetusteces (1917) y Las calles de México (1922 y 1927). Al mismo tiempo, al lado de esta vena más accesible, realizaba estudios históricos monográficos importantes: Don José Joaquín Fernández de Lizardi (El Pensador Mexicano) (1888), El capitán Bernal Díaz del Castillo (1894), la "Reseña histórica del desagüe del Valle de México", que forma parte de la Memoria sobre esas obras (1902, t. I), Los precursores de la Independenciamexicana en el siglo XVI (1906) y La vida en México en 1810 (1911).
Los cargos que desempeñó don Luis tuvieron todos relación con los libros y la historia de México. Trabajó primero en el Museo Nacional de Antropología e Historia, donde colaboró con José María de Agreda y Sánchez en el volumen acerca de los conquistadores y primeros pobladores de Nueva España, en la publicación de la Historia de México de Gaspar de Villagrán; y Francisco del Paso y Troncoso le encomendó la recopilación de gramáticas indígenas, que fueron publicadas en los Anales del Museo. En la Biblioteca Nacional dirigió el Boletín y escribió la historia de la Biblioteca (1910).
Finalmente, González Obregón llegó a la institución en la que realizaría una obra de significación cultural, y que le daría en cambio materia para sus libros, el Archivo General de la Nación. Hacia Fines de la época porfiriana el Archivo era un enorme hacinamiento donde los más valiosos tesoros documentales y los papeles intrascendentes estaban confundidos, empolvados y destruyéndose. A Luis González Obregón se le designó director de la Comisión Reorganizadora del Archivo General junto con un equipo más bien heterogéneo en el que figuraban Rafael de Alba, Manuel Puga y Acal, José Juan Tablada y Enrique Santibáñez, poetas y geógrafos que pronto huyeron de aquel trabajo ingrato, entre polvo y escrituras que exigían al paleógrafo. A su salida fueron sustituidos por Francisco Fernández del Castillo, Enrique Fernández Granados y Nicolás Rangel. Y así, con colaboradores sin o con vocación por los viejos papeles, gracias a la tenacidad de González Obregón, el Archivo General de la Nación pasó de ser un amontonamiento de atados de papeles sucios a un centro de investigación histórica, con una clasificación e índices.
La Revolución perturbó estos trabajos, que a pesar de todas las inclemencias continuaban. En 1914, cuando la invasión del puerto de Veracruz por los norteamericanos, Victoriano Huerta que fungía como Presidente de la República, aprovechando el entusiasmo patriótico de cuantos querían defender al país de los invasores, decidió militarizar a los empleados públicos. El historiador González Obregón resultó general de brigada, en atención a que ya para entonces era Director del Archivo, y tuvo que vestir uniforme. El gobierno de Venustiano Carranza le quitó en 1917 el puesto de Director y lo dejó como Jefe de Investigadores e Historiadores del Archivo, cargo que al lado del poeta Rafael López, nuevo director y amigo del historiador, sirvió hasta que su ceguera le impidió trabajar más.
La biblioteca que formó González Obregón fue extraordinaria y concentrada en su mayor parte en las letras y la historia mexicanas. Además de obras de historia muy raras o de ejemplares únicos, logró reunir una colección de calendarios, de folletos de Fernández de Lizardi, de escritores literarios y de viajeros extranjeros en México, biblioteca que fue centro de consulta y de tertulia, sede de la Academia Mexicana de la Lengua, cuando parecía de ella, y lugar en que se fundó la Academia Mexicana de la Historia. Don Luis vendió su biblioteca a Luis Álvarez en 1937, casi en sus últimos días, que concluyeron el 19 de junio del año siguiente.
Antes de González Obregón se veía a los siglos coloniales como una época silenciosa y sombría en la cual las únicas novedades eran los cambios de virreyes y arzobispos, las nuevas iglesias y conventos, actos de violencia e intentos de asonadas. De los libros de don Luis fue surgiendo poco a poco una nueva imagen humana y a veces alegre y pintoresca de aquella época. Este mismo calor, esta manera de reanimar la historia y sus personalidades sobresalientes, mezclando el conocimiento con rasgos de humor e imaginación, esta sensibilidad para recoger tradiciones y leyendas, este enseñar deleitando que se encuentra también en sus estudios sobre la época de la independencia y el siglo XIX , son el secreto que hace de don Luis González Obregón un historiador que a todos complace e ilustra. (José Luis Martínez)
Director de Septiembre 1922 a 2 de diciembre de 1925
Como miembro académico ocupó el Sillón No. 9 de 1919-1937
Reseña Biográfica (1867 - 1937)
Nació en la ciudad de México el 27 de octubre de 1867, donde realizó sus estudios de ingeniería. Ejerció cátedras de historia, geografía y archivonomía en el Museo de Arqueología, Historia y Etnografía, la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional, el Conservatorio Nacional de Música y la Escuela Superior de Comercio y Administración. Sus numerosas cátedras no impidieron que cumpliera con altos puestos administrativos: director del Museo Nacional de Arquitectura, de la Academia de Bellas Artes, del Conservatorio de Música y del Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores; dos veces actuó como regidor de la ciudad de México, fue presidente de la Sociedad de Geografía y Estadística, de la Sociedad Astronómica de México, de la Sociedad Antonio Alzate, así como director de la Academia Mexicana de la Historia.
Historiador de gran vocación, pero de múltiples inquietudes, sus obras abarcan diversos campos, de la arqueología a la crónica, las disquisiciones bibliográficas, la biografía, la historiografía y el arte. A pesar de su meticulosidad y cuidado con que guardó las formas y siguió por la prudencia, los estudiosos han descubierto en sus comentarios, notas y apostillas a su ejemplar personal al Verdadero Juárez de Francisco Bulnes, un aspecto desconocido de la personalidad de don Jesús Galindo y Villa, su antiporfirismo y su republicanismo progresista, a pesar de los honores que había recibido de la dictadura. Por desgracia sus comentarios no llegaron a publicarse.
Entre sus principales obras destacan Elementos de Historia General, Geografía Sumarla de la República Mexicana, Polvo de Historia, Historia Sumaria de la Ciudad de México, El Códice Iroano, El Códice Mendocino, La Fundación de la Villa Rica y su autor, La obra de la Conquista Española en México, Don Francisco del Paso y Troncoso, Su vida y sus obras, Don Joaquín García Icazbalceta, su vida y obra, La educación de la mujer mexicana al través del siglo XIX, Historiadores indígenas y mestizos novohispanos, siglos XVI XVII. (Josefina Zoraida Vázquez.)
Director de 2 de diciembre de 1925 a 2 de abril de 1930
Como miembro académico ocupó el Sillón No.14 de 1920 a 1954
Reseña Biográfica (1870 - 1954)
En el seno de una de las familias de mayor abolengo, nació don Manuel Mestre Ghigliazza en San Juan Bautista, hoy Villahermosa, el 15 de noviembre de 1870. En esa ciudad realizó sus primeros estudios y los concluyó en el Instituto Campechano. En 1889 se trasladó a la ciudad de México para proseguir su carrera en la Escuela Nacional de Medicina, profesión que eligió, por propia confesión, no por ser la que más le agradaba, sino por la que menos le disgustaba, dado que sus preferencias eran por la historia y la poesía, pero cuyo ejercicio no le permitía vivir.
Después de obtener su título en 1898, se casó con la campechana Rosario McGregor y se radicó en su ciudad natal para ejercer su profesión. Durante el tiempo que la ejerció, desarrolló una callada labor de consulta gratuita a los indígenas y publicó un estudio Breves sobre la enteritis infantil.
Como muchos otros tabasqueños, desde muy temprano había dado muestras de un radicalismo teñido de anticlericalismo y, de acuerdo a los aires imperantes, de cientificismo. La publicación de artículos en "El Monitor Tabasqueño" lo fue inclinando a la política, interés que se convertiría en dominante y que, al final, lo conduciría a abandonar su profesión de médico.
No tardó en dar muestras de convicciones antiporfiristas, lo que lo llevó a reunirse con otros doce intelectuales que las compartían y a decidirse a difundirlas. Colectivamente redactaron unas hojas sueltas con el título de "El verdadero Juárez. Por nuestros principios y Última palabra" y su publicación los inauguró en la política. La primera apoyaba la obra de Francisco Bulnes y las otras dos, un ataque a la dictadura de Díaz y al gobierno local de Abraham Bandala, por lo que no es de sorprender que los doce terminaran con sus huesos en prisión.
No obstante, en 1902, el influyente "científico" don Joaquín Casasús consiguió que don Manuel fuera elegido diputado suplente para el Congreso de la Unión. A la caída de la dictadura, iba a ser designado gobernador de Tabasco interino en 1911 y meses después electo propietario para el periodo que debía terminar a fines de 1914.
Es curioso que después del golpe de estado contra don Francisco I. Madero en febrero de 1913, se decidiera por el reconocimiento del régimen de Victoriano Huerta. Esa circunstancia haría que no tardara en ser desconocido y su gobierno fuertemente criticado. Seguramente forzado por ese hecho, decidió radicarse en la capital y para consolarse de su nostalgia, según diría más tarde, "me entregué a los trabajos de historia local tabasqueña".
Poco a poco se fue retirando de la política, aunque en 1919 todavía utilizó su pluma para apoyar la candidatura de Álvaro Obregón en sus artículos de "El Universal". En 1915 fue nombrado inspector de crédito y en 1921 ejerció el puesto de regidor del Ayuntamiento capitalino.
Pero se había iniciado su carrera burocrática, ya en gran medida relacionada con la vida cultural y en 1916 fue nombrado primero jefe de la Sección de Investigación Histórica y Búsqueda de Documentos del Archivo General de la Nación y en 1917, oficial mayor del mismo, lo que le facilitaría el seguir su vocación primera. Nombrado director de la Biblioteca Nacional por don Adolfo de la Huerta, desempeñó el cargo de 1920 a 1926. Sirvió en otros puestos públicos: director de la Lotería Nacional y de la Biblioteca de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Hizo incursiones en el periodismo a lo largo de su vida. Inició diversas publicaciones periódicas que no tuvieron suerte: en 1905 "Ariete", en 1906 "Revista de Tabasco" y en 1908 "El reproductor tabasqueño". Este último periódico lo conduciría nuevamente a prisión.
La mayoría de sus obras aparecieron bajo diversos seudónimos. Entre ellas destacan las dedicadas a la intervención francesa y el imperio de Maximiliano. En 1907 apareció su Archivo histórico y geográfico de Tabasco: documentos y datos para la historia de Tabasco, cuyo cuarto volumen vería la luz en 1940. En 1931 publicaba Las relaciones diplomáticas entre México y Holanda; en 1934, Los gobernantes de Tabasco, desde la consumación de la Independencia en 1821 hasta 1914; en 1945 Efemérides biográficas y en 1947 La invasión norteamericana en Tabasco, 1846-47.
Director de 2 de abril 1930 a 5 de abril de 1932
Discurso de recepción “Las Fiestas de los Colegiales de San Ildefonso” leído el 7 de junio de 1920
Como miembro Académico ocupó el Sillón 12 de 1919-1937
Reseña Biográfica (1887 - 1937)
Don Genaro Estrada nació en el inquieto puerto de Mazatlán el 2 de junio de 1887, ciudad donde haría sus estudios y donde y se iniciaría en el periodismo. En 1912 se trasladó a la capital de la República donde ejerció durante algún tiempo la docencia en la Escuela Nacional Preparatoria de la que fue secretario. La inestabilidad de los tiempos lo llevaron a convertirse en funcionario de la Secretaría de Industria, puesto que le daría la oportunidad de viajar a Milán en 1920.
Esta experiencia en el exterior, seguramente influyó en su decisión de incorporarse al servicio diplomático en 1923. En la Secretaría de Relaciones Exteriores iba a tener una larga y fructífera carrera. Fue embajador en España y en Turquía, Secretario de Estado en el gabinete de don Pascual Ortiz Rubio de 1930 a 1932 y delegado de México ante la Sociedad de Naciones en 1931. Siendo Secretario de Relaciones formuló la doctrina que lleva su nombre. En una nota dirigida a los representantes de México en el exterior del 27 de septiembre de 1930, Estrada hacía una advertencia en relación con gobiernos de facto establecidos en otros países; señalaba que en México no se iba a otorgar reconocimientos por considerar ésta, práctica denigrante que hería la soberanía de otras naciones. Por tanto, el gobierno de México se limitaba a "mantener o retirar cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos y a continuar aceptando cuanto también lo considere procedente, a los similares agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México, sin calificar, ni precipitadamente, ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjeras de aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades".
Historiador, poeta, novelista y bibliógrafo, don Genaro fue además profesor de varias instituciones, entre ellas la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. En el campo de la poesía publicó una Antología de Poetas Nuevos (1916), Lírica Mexicana (1919), Para el estudio de Amado Nervo (1933), Ascención de la Poesía. Nervo (1934). Su obra poética incluye Crucero (1926), Escalera (1929), Paso a nivel (1933) y Senderillos a ras (1934). También se interesó en el arte, al cual dedicó su ensayo Genio y Figura de Picasso (1936) y sus obras El arte mexicano en España (1937) y Figuras de cera en el Museo Arqueológico de Madrid (1938). En 1926 publicó su novela Pero Galín y fue colaborador de muchas publicaciones periódicas, entre ellas El Mañana, El Diario, Pegasos, Contemporáneos, Hoy, Revista de Revistas.
Miembro fundador de la Academia Mexicana de la Historia, a la historia del pasado dedicó muchas vigilias. Fundó y dirigió Monografías Bibliográficas Mexicanas y Anuario Bibliográfico Mexicano (1931-1933). Interesado vivamente en la investigación, propició que investigadores y estudiosos la emprendieran. De ese empeñó surgió la excelente y útil serie Archivo Histórico Diplomático Mexicano y sus propias aportaciones Los manuscritos mexicanos en la Biblioteca Nacional de Madrid (1933) Algunos papeles para la historia de las bellas artes en México (1935), Nuevas notas de bibliografía mexicana (1938). Su obra principal, Un siglo de relaciones internacionales de México (1931) fue, sin duda, un trabajo pionero.
Su vida se cortó súbitamente el 29 de septiembre de 1937 en la ciudad de México. (Josefina Zoraida Vázquez).
Director Interino de 5 de abril de 1932 por ausencia de don Genaro Estrada.
Director Efectivo del 23 de noviembre de 1932 a Septiembre de 1938.
Director Reelecto del 30 de septiembre de 1938 a 30 de septiembre de 1941
DISCURSO DE INGRESO “Don Luis de Castilla” Leído el 8 de junio de 1920
Como Miembro Académico ocupó el Sillón No. 18
Reseña Biográfica (1856 - 1946)
Ignacio Jerónimo de Villar‑Villamil y de Goribar, nació en la capital de la república el 20 de noviembre de 1856, en el seno de una familia que se había asentado en Nueva España desde 1696 y que formó parte de los grupos de poder tanto del virreinato como del México independiente. Desde niño desarrolló una verdadera pasión por el conocimiento del siglo XVI, a través del estudio familiar y llegó a ser autoridad en la genealogía y la heráldica. De acuerdo a la costumbre de las familias prominentes del México del siglo XIX se educó en Europa, en Oxford y después en París, en donde permaneció largos años. Allí casó en primeras nupcias con doña Isabel de Guzmán y Zayas Bazán, familia de origen cubano que había fijado su residencia en la capital francesa. Viudo y sin descendencia volvió a contraer matrimonio en 1898, en la ciudad de San Sebastián, con doña María de la Purificación Joaquina de Ezpeleta y Álvarez de Toledo, descendiente de los duques de Medina Sidonia, quien se habría de convertir en marquesa de Monte hermoso, quinta condesa de Ezpeleta de Veire, quinta condesa de Echauz, decimosexta condesa de Triviana y duquesa de Castroterreño; dignidades por las que fue también conocido en México don Ignacio de Villar‑Villamil. Establecido el matrimonio en el palacio de Carais, Francia, don Ignacio se dedicó al estudio histórico familiar. En 1910 publica su primera obra conocida, Las casas de Villar y de Omaña en Asturias y el mayorazgo de Villar‑Villamil. Apuntes y recuerdos de familia del archivo familiar con los datos sobre su familia existentes en archivos peninsulares.
Reveses familiares lo obligaron a regresar a México, trayendo consigo una seleccionada biblioteca histórica. Lo raro de la misma y su caudal de apuntes y notas, dirigidas a determinar la personalidad de muchos de los conquistadores y pobladores de Nueva España, pronto comenzaron a ser foco de atención de los investigadores.
Dedicado de lleno a la investigación, frecuentó diariamente tanto los fondos del Archivo General de la Nación, como la Biblioteca del Museo Nacional, además de asistir a las reuniones que la Academia de la Historia celebraba en un pequeño cuarto del antiguo Colegio de las Vizcaínas, las que le proporcionaban la orientación de los académicos en su búsqueda de un material sugerente. Esta participación constante desembocó en su recepción como académico el 7 de junio de 1920, con el discurso "Don Luis de Castilla". Su vasto conocimiento le valió el sobrenombre de "El Salazar y Castro mexicano" En 1932 fue elegido presidente de la Academia Mexicana de la Historia, cargo que había de desempeñar hasta 1935 y para el que sería llamado de nuevo de 1938 a 1941.
Tras su ingreso a la Academia publicó en 1933 su obra más conocida, el Cedulario heráldico de conquistadores de Nueva España. Por ese tiempo preparó una cuidada transcripción de la "Relación que hace don Rodrigo de Vivero de lo que sucedió volviendo de gobernador y capitán general de las Filipinas y arribada que tuvo en el Japón", junto con una erudita nota biográfica de don Rodrigo Vivero, la cual no llegó a publicarse. De la misma época es su estudio La familia de Hernán Cortés publicada como artículo en Primer Centenario de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, y como obra independiente por la Editorial Cultura.
Él mismo costeó sus publicaciones a pesar de su precaria situación económica. Por entonces escaseaban las revistas especializadas, hasta que en 1940 aparece Divulgación histórica y las Memorias de la Academia Mexicana de la Historia en las que don Ignacio daría a conocer parte de sus trabajos.
Su interés y colaboración generó el desarrollo de estudios genealógicos que tuvo lugar durante la década de los años treinta y cuarenta. Formó distinguidos discípulos como Guillermo Fernández de Recas, Leopoldo Martínez de Cossío, José Ignacio Rubio Mañé, Manuel Romero de Terreros, Alberto María Carreño, Federico Gómez de Orozco, el padre Cuevas y Juan B. Iguíniz. Tras la creación de la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica, fue nombrado primer consejero en heráldica general, en 1943, y después presidente honorario en 1946.
Falleció en la ciudad de México el 9 de septiembre de 1945. (Gisela von Wobeser)
Director de 30 de septiembre de 1941 a 29 de septiembre de 1958. Se retiró y quedó como Director Vitalicio Ad Honorem hasta 1969 en que falleció
DISCURSO DE INGRESO “La Dominación” Leído el 28 de junio de 1920
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 17 de 1920 a 1969
Reseña Biográfica (1888 - 1969)
Director de nuestra Academia desde septiembre de 1941 hasta 1959, cuando una grave enfermedad lo obligó a dejar el ejercicio de ese cargo, Atanasio G. Saravia conservó dicho título en forma vitalicia. Sus colegas académicos reconocieron así lo mucho que había realizado en favor de esta institución. Había nacido él en la ciudad de Durango en 1890. Su padre, el licenciado Enrique G. Saravia, no sólo poseía una importante biblioteca sino que también había reunido un conjunto de documentos que, como lo reconoció más tarde don Atanasio, despertaron en él su vocación por la historia y le facilitaron el camino para realizar sus propias investigaciones.
Tuve la buena suerte de conocer personalmente a don Atanasio, ya que fui en la Secundaria compañero de su hijo del mismo nombre. Recuerdo haber estado en más de una ocasión en su casa y lo oí hablar de temas históricos. Ajeno por entonces de que, con el paso de los años, me correspondería el sitial ocupado por é1 en esta Academia. Esto me dio el honor de hacer su elogio al pronunciar el discurso de ingreso en esta corporación en 1969.
En junio de 1920, cuando Atanasio G. Saravia, apenas había cumplido treinta años, se reunió formalmente con los primeros miembros de número de esta institución. Buenas razones tuvieron ellos para traerlo a su corporación. El joven duranguense había dado muestras de un serio interés por la historia. Cuando, seguramente con emocionada satisfacción, presentó su discurso en la Academia, dio a conocer la temática a la cual pensaba consagrar sus esfuerzos. A su juicio era necesario intentar una revaloración crítica de lo que habían significado, como etapa formativa, los tres siglos virreinales.
Había llegado el momento en que, superadas las antiguas fobias, al igual que se emprendían serias investigaciones sobre el pasado indígena, se atendiera también al otro antecedente de nuestro ser histórico: la implantación y asimilación en México de la cultura hispana. Y dentro del campo de la historia de la Nueva España estaba el capítulo, que mucho lo atraía, de la extraordinaria epopeya que fue la penetración y colonización en las provincias norteñas.
Numerosos fueron los artículos que escribió para diversas revistas especializadas y de divulgación. Pero la producción más importante de Saravia quedó en sus libros. En 1920 había publicado en la ciudad de Durango una monografía sobre Los misioneros muertos en el norte de la Nueva España. Era éste un trabajo de síntesis en el cual, tras de destacar la importancia de la institución misionera en las regiones septentrionales de México, incluyó estudios biográficos de los principales varones que, en medio de las tareas de la evangelización, allí habían perdido la vida.
Fruto maduro de su dedicación fue la obra que, con modestia, tituló Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya. Aparecida en tres volúmenes, el primero, que tuvo por tema la conquista y la ulterior expansión, fue publicado antes de 1940, sin indicación de fecha, por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia. En 1941, el segundo tomo vino a ser la más completa monografía de la ciudad de Durango, desde su fundación en 1563 hasta 1921. Quince años más tarde, en 1956, apareció la tercera parte sobre las sublevaciones indígenas en el ámbito de la Nueva Vizcaya durante la época colonial.
Además de esta obra rica en información, don Atanasio se fijó en la historia de la Revolución Mexicana. Nos dejó así un libro que intituló ¡Viva Madero! en el que consignó sus recuerdos personales y señaló la urgencia de los cambios requeridos en el ser social y económico del país. A él se debe que, desde 1942, comenzaran a publicarse las Memorias, como órgano de esta Academia y que en 1952 se dotara a la misma de una sede propia que es la que actualmente tiene.
Hombre práctico, que bien conocía el mundo de las finanzas, sabía también cuáles eran los requerimientos de una asociación de historiadores. Obtuvo del gobierno de México el terreno para el edificio de la Academia. Y gestionó que el Banco Nacional de México hiciera donación de la hermosa fachada de los tiempos virreinales, de una casa derribada en el centro de la ciudad. Esa fachada pudo reconstruirse y es la que luce actualmente nuestra Academia. Su recuerdo ha quedado unido así para siempre a esta institución. Don Atanasio, hombre generoso, partió de este mundo el 11 de mayo de 1959.
Director del 19 de septiembre de 1958 a 5 de septiembre de 1962
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 15 de 1935 a 1962
Reseña Biográfica (1875 - 1962)
Nació en Tacubaya en el Distrito Federal en 1875 y murió en la ciudad de México en 1962. Ingresó al Colegio Seminario Conciliar donde atendió cátedras de don Joaquín Arcadio Pagaza y don Vicente de Paula Andrade. Al salir del Seminario se ganó la vida como pagador de ferrocarriles, velador, comerciante ambulante, conductor de tranvías, escribiente evangelista y taquígrafo, pero buscando tiempo para estudiar en la Escuela Superior de Comercio; Secretario de la Embajada de México en Washington, formó parte de la Comisión Mexicana para resolver la cuestión de El Chamizal. En 1929 intervino como intermediario en el arreglo entre el Gobierno y la Iglesia Católica que estableció el Modus Vivendi. Durante más de 50 años fue profesor de historia y de economía política en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Comercio y Administración, en El Colegio Militar y en el Plantel Morelos. Descubrió la tumba de Hernán Cortés.
Fue presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Secretario de la Academia Mexicana de la Lengua de 1918 a 1962, electo miembro de Número de la Academia Mexicana de la Historia en 1936, fue su director de 1958 a 1962. Auxilió a diversas instituciones en el rescate y conservación de documentos históricos y produjo numerosos títulos entre libros, opúsculos, conferencias y artículos sobre historia, geografía, economía, sociología y otras disciplinas. Su obra se recogió en una amplia colección de 13 volúmenes que comprende sus trabajos de 1930 a 1962.
A los comentarios adversos a su intervención en el arreglo entre Iglesia y Estado, explicó: "Tengo amigos en el ciclo, en el infierno y en el piso medio".
La Universidad Nacional Autónoma de México le otorgó un doctorado Honoris Causa y dentro de su obra destacan sus libros sobre las relaciones con los Estados Unidos, las que se refieren al conflicto religioso, los cedularios de los Siglos XVI y XVII, fray Juan de Zumárraga y los Niños Héroes, cuya gesta en la guerra de intervención americana dictaminó favorablemente.
Fundó, dirigió y publicó la revista Divulgación Histórica e inició la publicación del Archivo de Porfirio Díaz (30 volúmenes, 1947‑1961). De sus trabajos más notables mencionamos a Jefes del Ejército Mexicano en 1847 (1914), joyas Literarias del siglo XVI (1915), La Diplomacia extraordinaria entre México y los Estados Unidos (1951), Fray Domingo de Betancourt fundador en la Nueva España de la Venerable Orden Dominicana (1924), Los españoles en el México Independiente (1924), El Arzobispo de México y el conflicto religioso, (1943). Sus obras denotan una gran admiración por lo hispánico y lo religioso y aunque liberal, según la Enciclopedia de México, estuvo cerca de los grupos conservadores.(Juan Fidel Zorilla)
Director del 10 de octubre de 1962 a 17 de abril de 1968
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 7 de 1919 a 1968
Reseña Biográfica (1880 - 1968)
Don Manuel Romero de Terreros y Vinent fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, correspondiente de la Real de Madrid, desde la fundación de ésta. De hecho era ya entonces miembro correspondiente de la madrileña, había intervenido en las gestiones para establecer la mexicana, y entre los acuerdos de la Real Academia en relación a la fundación de la nuestra se tomó el de que los correspondientes formaran el primer pie de académicos numerarios, e incluso se les considerara su antigüedad según la fecha en que habían recibido aquel nombramiento.
Para entonces, a los 39 años, don Manuel, nacido en 1880, tenía un largo camino recorrido en el quehacer histórico. Descendiente de don Pedro Romero de Terreros, fundador en 1775 de Monte de Piedad y primer conde de Regla, don Manuel usaba en lo personal ‑puesto que las leyes mexicanas hacía mucho que no reconocían títulos nobiliarios‑ el de marqués de San Francisco, que también había heredado. Como era común entre los vástagos de familias o de ascendencia ilustre o acaudaladas en aquellos años, don Manuel estudió de muchacho en Inglaterra, en el colegio de Stonyhurst, y presentó exámenes en las universidades de Oxford y Cambridge. De su ascendencia y también seguramente de sus experiencias inglesas se le afianzó el interés por el pasado, en muy diversas formas, así como el amor a las letras.
En 1905 empieza a escribir sobre temas bibliográficos, y lo seguiría haciendo toda su vida. Entre sus trabajos de esta disciplina destacan Bibliografía de los cronistas de la ciudad de México (1926) y La bibliografía de Luis Lagarto (sobre el miniaturista poblano, en 1950).
Otros de sus campos de interés fueron la heráldica y la genealogía. Sobre la primera se ocupó en muchos estudios cortos de los escudos de familias y títulos mexicanos, y sobre la segunda destaca su obra Hernán Cortés, sus hijos y nietos, caballeros de las órdenes militares (1919 y 1944). También fue un numismático sabio y conocedor, que realizó algunos de los primeros estudios sobre el tlaco mexicano, así como sobre las monedas republicanas ("El peso de Victoria") o sobre las del segundo imperio.
Por lo que toca a su amor a las letras, además de ser maestro de literatura mexicana e inglesa en la Universidad, y de escribir unas Nociones de literatura castellana y Una breve antología de prosa mexicana, dedicó no poco tiempo a la creación, sobre todo de obras teatrales, muchas de ellas recogidas en su Teatro breve (1956). Su discurso de ingreso a la Academia de la Lengua, en 1919, versó sobre "El estilo epistolar en la Nueva España".
Sin duda la mayor parte de sus estudios está dedicada a la historia del arte, principalmente el mexicano, y a la historia social de las épocas novohispana y decimonónica. Ya en 1916 había publicado un volumen de Arte colonial en que recoge trabajos anteriores publicados como artículos. De 1922 es su Historia sintética del arte colonial que muy aumentado se vuelve a publicar en 1951 con el título de El arte en México durante el virreinato. Pero sus trabajos sobre el tema son continuos a lo largo de su vida, muchos de ellos publicados por el Instituto de Investigaciones Estéticas, ya como artículos en sus Anales, ya como suplementos a éstos, hasta Fuentes virreinales, aparecido en 1967, un año antes de su muerte. Se ocupó de muchos asuntos que generalmente habían sido despreciados por los historiadores del arte, como acueductos, fuentes, jardines, cascos de haciendas, el grabado, el grabado en hueco, o las misiones. En la pintura escribió sobre Lagarto, sobre Alonso López de Herrera (de quien, coleccionista refinado, poseyó algunos cuadros) o de vistas de la ciudad de México. También se interesó en la pintura del siglo XIX, la de los artistas viajeros ‑barón de Gros, Daniel Th. Egerton– y la de los mexicanos en sus Paisajistas mexicanos del siglo XIX, de 1943.
Un tema que fue especialmente caro a Romero de Terreros fue el de las llamadas "artes industriales” al que relacionaba estrechamente con sus estudios sobre los comportamientos sociales de las clases altas en la Nueva España. Desde 1920 dio en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad y en el Museo Nacional un curso sobre "Artes menores en México y en España" y en 1926 publicaría Las artes industriales en la Nueva España. Acerca de la vida de la sociedad daría a luz reuniones de artículos con títulos como Bocetos de la vida social en la Nueva España (1919,1944) o Siluetas de antaño (1937). En estos dos tipos de obras, más quizá que en otros aspectos de su trabajo, es muy visible el sentido príncipe de su hacer historiográfico: la evocación del pasado y la reconstrucción ideada de un mundo ido.
Don Manuel Romero de Terreros fue miembro de Número de las Academias de la Historia (1919) de la que sería director en más de una ocasión, la Lengua (1919), correspondiente de la de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, la de los Arcades de Roma (en la que su nombre emblemático era Gliconte Tirio). Fue también, entre otras, miembro de las órdenes de Malta y del Santo Sepulcro. Desde 1920 fue maestro en la Universidad y en el Museo Nacional. A partir de 1944 formó parte del Instituto de Investigaciones Estéticas, un lugar especialmente propicio para su tipo de trabajo, y continuó siéndolo hasta su muerte, el 18 de abril de 1968. (Jorge Alberto Manrique)
Director del 27 de noviembre de 1969 a 24 de octubre de 1972, en esta fecha quedó como vitalicio
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 11 de 1919 a 1972
Reseña Biográfica (1881 - 1972)
Nació en Guadalajara, ciudad donde hizo sus primeros estudios, proseguidos más tarde en el Seminario Conciliar, mientras trabajaba en la imprenta y tipografía paterna, lo que sin duda, desde temprano, lo inclinó a los estudios bibliográficos.
En 1909 se trasladó a la ciudad de México. Sus primeras labores las realizó como bibliotecario y profesor de catalogación, biblioteconomía, bibliotecología, clasificación y avalúo de libros, historia del libro y de las bibliotecas en las escuelas Nacional de Bibliotecarios y Archivistas y de Altos Estudios y más tarde, en el Colegio de Bibliotecología de la Facultad de Filosofía y Letras, en El Colegio de México y en la Universidad Femenina.
Durante cuatro décadas su tarea principal se centró en el trabajo de bibliotecario y administrador de instituciones bibliotecarias. Se inició como ayudante de bibliotecario en el Museo Nacional y regente de la Imprenta del mismo hasta 1915, aunque al mismo tiempo se desempeñó como maestro ayudante de la clase de historia hasta 1917. En 1915 pasó a trabajar a la Biblioteca Nacional, de la que llegó a ser subdirector (1917‑1926). Fue director de la Biblioteca Iberoamericana en dos ocasiones (1925‑6 y 1933‑4). También fue bibliotecario del Observatorio Astronómico Nacional (1935‑6). Al final de la década de 1930 empezó a centrar su atención en la sección de Bibliografía de la Biblioteca Nacional (1937‑41), institución en la que fungió como subdirector y director.
En 1956 con merecida fama por sus grandes conocimientos bibliográficos, fue nombrado investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Miembro fundador de la Academia Mexicana de la Historia, llegó presidirla en 1969. Su obra refleja sus intereses alrededor del libro, las imprentas y la bibliografía. Autor prolífico, dejó 178 títulos entre artículos y libros. Entre ellos podemos mencionar: La imprenta en Nueva Galicia, 1793‑1821 (1911), Los historiadores de Jalisco. Epítome bibliográfico (1918), Bibliografía de novelistas mexicanos. Ensayo biográfico, bibliográfico y crítico (1926), La imprenta en México durante la dominación española (Mainz, 1925), Biblioteconomía: Manual de biblioteconomía. Los libros, las bibliotecas, la clasificación decimal, los catálogos bibliográficos (1929), Bibliografía biográfica mexicana (1930), Algunas bibliografías bibliográficas mexicanas (1933), La biblioteca Turriana (1940), La Biblioteca Nacional de México (1940), El libro. Epítome de bibliología (1946), El éxodo de documentos y libros mexicanos al extranjero (1953), “El bibliotecario moderno", Léxico bibliográfico (1959), Disquisiciones bibliográficas. Autores, libros, bibliotecas, artes gráficas (1965).
Pero también se interesó en personajes históricos: El Ilmo. Sr. D. Jaime de Anesagast y Llamas, obispo electo de Campeche (1909), El bachiller D. Cristóbal Bernardo de la Plaza y Jaen y crónica de la Universidad de México (1920). Don Luis Pérez Verdía, jurisconsulto e historiador (1927), Don Jesús Galindo y Villa (1942), Don Genaro Estrada (1942), Monseñor Valverde y Téllez, bibliófilo y bibliógrafo (1954), Los Iguíniz de México. Monografía histórica, biográfica y genealógica (1967). Asimismo se interesó por lugares y otros temas históricos como Tonalá y sus monumentos histórico (1914), Guadalajara a través de los tiempos (1950), El escudo de armas nacionales. Monografía histórica documentada e ilustrada (1920), Entierro y funerales de Hernán Cortés (1919) y El Sagrario Metropolitano de Guadalajara (1942).
Sus múltiples contribuciones bibliográficas y su participación a la profesionalización de la bibliotecología le han asegurado un lugar especial en la vida cultural mexicana. Murió en Guadalajara en 1972. (Josefina Zoraida Vázquez).
Director del 24 de octubre de 1972 a su renuncia en 21 de abril de 1987
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 10 de 1964 a 1987
Reseña Biográfica (1906 - 1995)
Edmundo O'Gorman y O'Gorman nació en la ciudad de México el 24 de noviembre de 1906, de la unión de dos ramas de una misma familia de origen irlandés, una llegada a México a principios del siglo XIX, al servicio de la Corona Británica, y la otra venida casi un siglo después por razones similares. Su padre, Cecil Crawford O'Gorman, fue ingeniero de minas y como tal tuvo, con su familia, una larga estancia en Guanajuato; pero fue también un hombre de cultura amplia e intereses variados, pintor de finas calidades, amigo de historiadores y estudiosos importantes, cuya personalidad influyó en la vocación de sus hijos, sobre todo el pintor y arquitecto Juan y el historiador Edmundo.
La familia de Cecil O'Gorman vivió en Coyoacán, donde nació Edmundo, y posteriormente se avecindaría en el cercano San Ángel, donde transcurrió buena parte de la infancia y muchachez del historiador, en la relativa calma pueblerina que se agitaba sin embargo por los acontecimientos de la Revolución iniciada en 1910. San Ángel ha seguido siendo el barrio de don Edmundo hasta nuestros días. Estudió leyes en la entonces joven Escuela Libre de Derecho, donde enseñaban algunos de los más afamados juristas mexicanos, y ahí se graduó como licenciado en 1928. Ejercería la abogacía durante diez años: parece indudable que esa formación y esa práctica marcarían su carrera posterior y su pensamiento histórico, donde puede percibirse el fundamento de la argumentación jurídica.
Todavía como abogado publica su primer trabajo histórico en 1937, Breve historia de las divisiones territoriales. Aportación a la historia de la geografía de México, que ha sido una de sus obras más reeditadas. En esos años ha empezado a estudiar historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México; su interés es por la historia y por la filosofía, en donde sigue a Antonio Caso y lee a Ortega y Gasset. Desde muy joven cultiva una cercana amistad con Justino Fernández, historiador del arte, y con Manuel Toussaint, padre de esa disciplina en México. A la llegada de los intelectuales refugiados de la Guerra Civil Española entra en contacto e intercambio con ellos, con historiadores como Rafael Altamira y Ramón Iglesia, pero muy especialmente con José Gaos, el Filósofo, muy interesado entonces en la historia del pensamiento y traductor de Heidegger. El resultado de todos esos intereses se ve en sus obras un poco posteriores: Crisis y porvenir de la ciencia histórica, de 1947, que presenta los fundamentos de una teoría del quehacer histórico, frente al positivismo y el cientificismo imperantes, y adopta la posición de un muy personal historicismo que incorpora ideas de Ortega y Gasset y de Heidegger, Fundamentos de la historia de América, 1942, y La idea del descubrimiento de América, 1951, en las que establece las bases de sus interpretaciones posteriores sobre la historia americana. Crisis y porvenir… y La idea del descubrimiento... fueron en sus primeras versiones sus tesis de maestría y doctorado. Desde 1938 y hasta 1952 había sido Subdirector del Archivo General de la Nación, y desde 1940 profesor en la Facultad de Filosofía y Letras.
En 1958 publica el libro en que madura su pensamiento sobre la cuestión americana: La invención de América. El universalismo de la cultura de occidente; en él su idea de América corno un concepto inventado en un largo proceso ilustra no sólo la historia americana, sino la de la cultura europea y plantea nuevas concepciones sobre la historia toda.
En el ínterin y después este "historiador filósofo", como se le ha llamado, realiza una serie de tareas estrechamente ligadas al más estricto y cuidadoso estudio de las fuentes, como son los artículos publicados en el Boletín del Archivo General de la Nación, o sus estudios sobre la revolución de Ayutla, o sus famosas ediciones de Acosta, la capital de la Apologética Historia de Bartolomé de las Casas, la de la Historia de los indios de Motolinia, la de Netzahualcóyotl de Fernando de Alva Ixtlixóchit1 o la reconstrucción del Libro perdido de Motolinia, realizados en el seno de sus seminarios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional y en la Universidad Iberoamericana. En todos ellos hay un trabajo doxográfico de primer orden, pero hay también, siempre, interpretaciones novedosas y planteamientos profundos sobre esos textos, esos hechos y sobre la tarea del historiador.
Edmundo O'Gorman fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, y su director; de la Academia Mexicana de la Lengua, de The American Historical Association, Friend of the John Cartes Brown Library, entre otras asociaciones académicas. Formó parte de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional Autónoma de México, miembro de numerosas comisiones dictaminadoras de la misma Universidad. Corno miembro del Consejo Consultivo del Centro de Estudios de Historia de México (Condumex) contribuyó en forma notable a la consolidación y el enriquecimiento de su importante biblioteca. Entre los consejos académicos de que formó parte está el Consejo de Fomento Cultural Banamex.
Fue profesor emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México desde 1967, Premio Nacional en 1974, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional en 1979, Premio "Rafael Heliodoro Valle" en 1983, Premio Universidad Nacional en 1986, entre muchas otras distinciones recibidas.
Más allá de esos reconocimientos, Edmundo O'Gorman es uno de los historiadores que ha realizado una obra más sólida, que ha hecho aportaciones notables al pensamiento histórico universal, y que más ha influido con su pensamiento al ambiente histórico en el país y fuera de México. (Jorge Alberto Manrique).
Director del 19 de enero de 1988 a 8 de marzo de 1996
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 6 de 1972 a 2003
Reseña Biográfica (1925 - 2003)
Nació en 1925 en San José de Gracia, congregación de ganaderos en la punta noroccidental de Michoacán. Pudo vivir fuera de las aulas los doce primeros años de su vida. Cursó los estudios secundarios y preparatorios y media carrera de leyes en Guadalajara. Estuvo en el servicio militar 360 infelices días. La carrera de historia la hizo en el Colegio de México donde la enseñaban célebres maestros españoles en el exilio y el doctor Silvio Zavala, y en la Universidad de París. En 1955 contrajo matrimonio con Armida de la Vara, fiel colaboradora en la procreación de seis criaturas y veinticuatro libros. Recibió la Maestría en Ciencias Históricas mediante examen público y defensa de la tesis La tierra y el indio en la República Restaurada (1956). Fue de la gente de El Colegio de México durante treinta años, hasta su fuga a Zamora en 1978.
De 1953 a 1994 repartió su vida pública entre la docencia, la investigación, las juntas y las labores académico‑administrativas. En el decenio de los cincuenta impartió los cursos de Historia de la Cultura e Historia Moderna de México en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. En el decenio de los sesentas enseñó Teoría y Método de la Historia en El Colegio de México, en la UNAM, y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. En el decenio de los setenta enseñó nociones de microhistoria en la Universidad Iberoamericana. En los últimos quince impartió dos o tres materias en El Colegio de Michoacán y fue conferenciante en El Colegio Nacional y diversos institutos de cultura superior. En cuarenta años de docente impartió cinco docenas de cursos. En el mismo lapso de tiempo dictó unas doscientas cincuenta conferencias ante auditorios mexicanos y extranjeros. La enseñanza le permitió aprender mucho, casi tanto como las charlas de café y la incesante lectura. La mayor parte del tiempo lo invirtió en investigaciones sobre lo que fue en un ambiente de manga ancha. Exploró con gusto ocho vetas del saber histórico:
1) Bibliografía;
2) Biografía;
3) Historia de la historia;
4) Teoría y método de la historia;
5) Nueva España;
6) México independiente;
7) Didáctica de la historia y
8) Microhistoria.
En el campo de la bibliografía, aparte de notas y presentaciones de libros, ha publicado en tres volúmenes las Fuentes de la historia contemporánea de México (1961‑1962) y La vuelta a Michoacán en 500 libros (1994). Ha compuesto seis biografías breves que cuentan los avatares de un guerrero memorioso, un fraile indigenista, un jesuita historiador, tres presidentes de México y un cura de pueblo. A la historia de la historia ha concurrido con una veintena de ensayos. En lo que toca a teoría y método, ha escrito Invitación a la microhistoria (1972) y Nueva invitación a la microhistoria (1982), El oficio de historiar, reeditado varias veces a partir de 1988. Sobre la Nueva España, además de quince artículos, ha dado a luz El entuerto de la conquista (1985) y Once ensayos de tema insurgente (1985). Del filón de la truculenta historia de la República Mexicana ha puesto en circulación siete libros y dos docenas de artículos. De los primeros han corrido con buena suerte: La República Restaurada: vida social (1956), El liberalismo triunfante (1975); Los artífices del cardenismo (1978); Los días del presidente Cárdenas (1981) y La ronda de las generaciones (1984). Sus búsquedas en la historia pueblerina, aparte de artículos, le han deparado seis volúmenes: Pueblo en vilo (1968), La tierra donde estamos (1971), Zamora, (1978); Sahuayo (1979); Michoacán y la Querencia (1982).
Asistió con ponencia en mano a numerosas reuniones cultas de México, Estados Unidos, Francia, España, Venezuela y Chile. Desde 1972 fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Desde 1978 perteneció al Colegio Nacional. Aparte de los títulos de profesor e investigador emérito, de doctor Honoris Causa, de cronista de Zamora y San José de Gracia, y de hijo predilecto de esto y aquello, recibió el Premio Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía en 1983. También fue miembro de juntas directivas de institutos de cultura superior.
Contra su gusto y aptitud ha desempeñado algunas actividades académico‑administrativas. En los años sesenta fue, entre otras cosas, director del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México; en los setenta, coordinador del Seminario de Historia de la Revolución Mexicana, y del invierno de 1979 a la misma estación de 1985, presidente de El Colegio de Michoacán. Espera.
(Luis González y Gónzalez)
Falleció el Sábado 13 de diciembre de 2003
Director del 6 de febrero de 1996 a mayo de 2003
Como miembro Académico ocupó el Sillón No. 17 de 1969 a 2015 Actualmente es miembro emérito
Reseña Biográfica (Miembro Emérito)
Ingresé en la Academia Mexicana de la Historia el 17 de junio de 1969. Fui propuesto como miembro de número en ella por los doctores Edmundo O'Gorman, Jorge Gurría Lacroix y José Joaquín Izquierdo. Tuve el grande honor de ocupar la silla que había correspondido a don Atanasio G. Saravia, distinguido historiador de la Nueva Vizcaya.
La historia me atrajo desde los años de mi infancia. Leía cuanto libro caía en mis manos, sobre todo los referentes al pasado indígena y colonial. Desde entonces admiré, entre otros, a Bernal Díaz M Castillo y Francisco Xavier Clavijero cuyas obras encontré en la casa en que vivía, situada por cierto en la calle de Joaquín García Icazbalceta 93.
Concluida la secundaria, estudié en el Colegio de los jesuitas en Guadalajara. Allí se acrecentó mi interés por la historia, aunque me sentí desde entonces atrapado por preocupaciones de índole filosófica. Para mí la filosofía no era asunto de interés meramente académico. Me atraía como camino para encontrar respuesta a preguntas que consideraba ‑y sigo teniendo‑ como de requerida respuesta. Después de la Preparatoria estudié varios años en Loyola University en Los Ángeles, California, de nuevo con los jesuitas. Aprendí varias lenguas; leí los clásicos griegos, latinos, españoles, franceses, ingleses, alemanes y otros más. Historia y Filosofía siguieron siendo mis ocupaciones y preocupaciones primordiales.
Fue entonces cuando leí algunas de las traducciones que el padre Ángel María Garibay K. había publicado, de poemas, cantares, discursos y otros textos de la tradición náhuatl prehispánica. Su belleza y profundidad me cautivaron. Decidí acercarme a cuanta obra ‑crónica, historia o texto- me permitiera ahondar en lo que fue el pasado indígena en el que se habían producido esas expresiones.
De regreso en México con una maestría en artes, con especialización en filosofía e historia, hablé con el Dr. Manuel Gamio, pariente mío al estar casado con una hermana de mi padre. “Chico ‑me dijo‑ debes ir a ver a Garibay”. Con una carta de Gamio me presenté ante el padre. Al principio me trató con cierta dureza pero pronto me aceptó como discípulo. Fue mi "tutor" en los estudios de doctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México. Con él aprendí náhuatl y me acerca a los códices y otras fuentes indígenas. Repetiré aquí que mucho es lo que debo a Garibay y a Gamio. Con este último trabajé en el Instituto Indigenista Interamericano y, a su muerte, lo sucedí en la dirección del mismo. Sobre Garibay he escrito en varias ocasiones y en este libro de hecho un esbozo de su vida y obra.
A partir del examen de doctorado en 1956 con la Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes, me he dedicado, casi por entero, al estudio de la documentación en náhuatl y los códices. He buscado el punto de vista "del Otro", en mi caso el de los indígenas, respecto de aconteceres de su pasado prehispánico y de la Conquista y los tiempos coloniales. He trabajado hasta donde me ha sido posible y mis publicaciones dan testimonio de ello.
Me ha interesado asimismo la historia de las Californias y la de la cartografía. También me ha atraído la lingüística, sobre todo en relación con el náhuatl. He dado cursos y seminarios en la Universidad Nacional Autónoma de México por más de treinta y cinco años y cursillos y conferencias en universidades de muchos países y también de nuestros estados. Estudiantes, algunos de los cuales hoy son destacados maestros e investigadores, han concurrido a mis clases. Entre ellos los hay no pocos europeos, norteamericanos, de América Latina y también japoneses e israelíes.
La vida ha sido generosísima conmigo, aunque no me han faltado ataques e improperios de unos cuantos envidiosos. Mi mujer, Ascensión Hernández Triviño, es también historiadora y, sobre todo, es para mí un ángel. Marisa, nuestra hija, cursó y dio feliz término a la licenciatura en historia con una tesis sobre cómo se fue delineando el perfil geográfico de México en la cartografía universal. Buenos amigos he tenido y colaboradores de lealtad y eficiencia extraordinaria. Sólo un nombre mencionaré, el de Guadalupe Borgonio que, en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, me ha auxiliado durante más de treinta años.
Mi propósito es seguir trabajando hasta la muerte. Como soy “emérito” mi vinculación con la Universidad Nacional Autónoma de México perdurará hasta ese momento. Subsisten en mí las preocupaciones filosóficas. Muchas preguntas han quedado sin respuesta pero la filosofía me ha sido una luz incomparable en la comprensión de la Historia. Soy consciente de mis grandes limitaciones. Me duele haber caído en equivocaciones pero me consuela aquello que repetía mi maestro Garibay: "Si Dios, que es infinitamente perfecto, hizo este mundo con tantas deficiencias y erratas vivientes que somos los humanos, ¿qué tiene de extraño que nosotros caigamos en falta, descuidos y errores?”
Mucha alegría me ha dado escuchar varias veces a personas que no conocía antes, y que me dijeron que algún escrito mío les había abierto otros horizontes en la vida y les había hecho sentirse contentos y aún orgullosos de ser mexicanos. Todo lo que pueda realizar en los años que me queden lo haré con el propósito de que expresiones como esa sigan siendo verdad. Me preocupa que mi trabajo contribuya, al menos un poco, al enriquecimiento espiritual de otros. (Miguel León-Portilla).
Ocupa el sillón 26 desde 1992
Curriculum breve
Gisela von Wobeser es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y desde noviembre de 1979 pertenece al Instituto de Investigaciones Históricas de dicha Universidad. Es autora de numerosos artículos en revistas especializadas y de difusión, así como de capítulos de libros, ha coordinado varias publicaciones colectivas y es autora de varios libros sobre la Nueva España en el campo de la historia económica, social y de la religiosidad (siglos XVI al XVIII). Entre sus obras destacan La formación de la hacienda en la época colonial. El uso de la tierra y el agua (UNAM, 1983), Dominación colonial. La Consolidación de Vales Reales en Nueva España, 1804-1812 (UNAM, 2003), El crédito eclesiástico en la Nueva España. Siglo XVIII (UNAM, 1994), La hacienda azucarera en la época colonial (UNAM, 2004) y Vida eterna y preocupaciones terrenales. Las capellanías de misas en la Nueva España. 1700-1821 (UNAM, 2006). Ha recibido diversos reconocimientos. Obtuvo en dos ocasiones la medalla Gabino Barreda con la que la Universidad Nacional Autónoma de México distingue a sus mejores alumnos. En 1998 obtuvo la beca de la Fundación John Simon Guggenheim Memorial en el área de Humanidades y ganó el Premio Banamex Atanasio G. Saravia de Historia Regional. En 2004 recibió el reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz. Es miembro corresponsal de las academias Ecuatoriana, Portuguesa, Chilena, Puertorriqueña y Uruguaya de la Historia. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores en el nivel III y goza el nivel D de estímulos para el personal académico de la UNAM. Ha desempeñado varios cargos directivos, entre ellos fue directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, por dos periodos (1989-1997), directora de la Casa de las Humanidades de la UNAM (2000-2006) y fue directora de la Academia Mexicana de la Historia (2003-2011). Desde 1979 imparte cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y ha participado en cursos y diplomados en otras instituciones. Ha dirigido numerosas tesis de grado y ha coordinado varios proyectos de investigación colectivos. Publicaciones recientes
Ocupa el sillón 3 desde 1988
Nació en México, D. F. el 8 de julio de 1941. Es licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestro en historia por El Colegio de México y doctor en la misma disciplina por la Universidad Estatal de Nueva York, Stony Brook. Ha sido profesor en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional y en los departamentos de Antropología e Historia de la Universidad Iberoamericana. Como profesor-investigador se ha desempeñado principalmente en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (1969-1981) y en el de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán (1982-1993). En esta casa de estudios fue Coordinador del Centro de Estudios Históricos, hasta 1985, año en el que se hizo cargo de la Presidencia. Al terminar, en 1991, asumió la coordinación del Doctorado en Ciencias Sociales. A partir de julio de 1993 se reintegró a El Colegio de México. En enero de 1995 se hizo cargo de la Dirección del Centro de Estudios Históricos y a partir del 20 de septiembre asumió la Presidencia de El Colegio de México. Como investigador ha trabajado las ideas e instituciones jurídicas y políticas mexicanas, tratando de verlas desde la perspectiva de la historia social. Entre sus publicaciones destacan tres libros: El amparo colonial y el juicio de amparo mexicano (Antecedentes novohispanos del juicio de amparo), publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1972 y reimpreso en 1979; La creación del Distrito Federal, que editó el Departamento del Distrito Federal en 1974; Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, coeditado por El Colegio de México, El Colegio de Michoacán y el Conacyt en 1983, segunda edición en 1995. Es autor de capítulos relativos al gobierno, economía y sociedad y la música de la Historia de México publicada por Salvat en 1974 y reimpresa varias veces, y coautor, con Luis Muro del capítulo "El siglo de la integración", de la Historia general de México, que apareció en 1976 y que se ha reimpreso también. Es autor de buen número de artículos y trabajos de su especialidad, publicados en revistas y en memorias de congresos. Activo como profesor en clases y en la dirección de tesis, también en las tareas de dictaminador y de editor (a su cargo ha tenido la edición de una obra tan notable como la Historia de nuestra idea del mundo del destacado filósofo e historiador José Gaos y la reedición de diversas obras del historiador José Miranda, otro de los grandes maestros que vino con la inmigración republicana española para encontrar en estas tierras su patria de destino y los afanes de su labor académica). Andrés Lira fue distinguido como estudiante con becas otorgadas por El Colegio de México, la Fundación Ford y la Universidad Estatal de Nueva York. Desde la primera promoción es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, al que pertenece actualmente como investigador en el nivel 3. Es numerario de la Academia Mexicana de la Historia Correspondiente de la Real de Madrid y académico honorario de la Academia de Jurisprudencia de España.
Ocupa el sillón 12 desde 2008
Nació en la Ciudad de México en 1951. Cursó la licenciatura en Ciencia Política en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es maestro en Historia por la Universidad de Chicago y posee dos doctorados: uno en Historia de México, por El Colegio de México, y otro en Historia de América Latina, por la Universidad de Chicago. Su especialidad es la historia de la Revolución mexicana, sobre todo en sus aspectos político y cultural, en un corte temporal que abarca de finales del siglo XIX a mediados del XX. Como docente ha impartido cursos en la UNAM, en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y, sobre todo, en El Colegio de México. Ha sido profesor visitante en diferentes universidades del extranjero, como las de Chicago, Florencia y Dublín, y en varias de España (la Autónoma de Madrid, la Complutense, la de Salamanca y el Instituto Universitario Ortega y Gasset). Ha impartido conferencias en Brown, Chicago, Harvard, Princeton, Stanford, Yale, La Sorbona, Cambridge, Oxford, Berlín, Bonn, Colonia, Hamburgo, Leipzig, Viena, Madrid y Atenas, así como en Brasil, Buenos Aires, Bogotá, Caracas, La Habana, Montevideo, Quito, Santiago de Chile y en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Entre sus reconocimientos y distinciones figuran: el Premio Salvador Azuela, que le fue otorgado en 1994 por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana y el premio Biografías para Leerse, de 1997, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, por la biografía de Manuel Gómez Morin. En 2010 recibió el Premio del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) por su “trayectoria en investigación histórica sobre la Revolución mexicana”. En 2011 fue distinguido con la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, de la Universidad de Guadalajara, y posee dos Doctorados Honoris Causa, uno de la Universidad Nacional de General San Martín, en Argentina, y otro de la Universidad Nacional de Atenas, en Grecia. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel III), de la Academia Mexicana de la Historia desde 2008, de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Junta de Gobierno de la UNAM a partir de 2013. Es autor de numerosos artículos y de varios libros, entre los que destacan: Así fue la Revolución mexicana,en 8 volúmenes (coordinador académico general), 1985-1986; Rudos contra científicos. La Universidad Nacional durante la Revolución mexicana, 1996; Porfiristas eminentes, 1996; Alfonso Reyes, 2002 (reeditado en 2009); La Revolución mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios, 2003; Introducción histórica a la Revolución mexicana, 2006; Cultura y política en el México posrevolucionario, 2006; Textos de la Revolución mexicana, 2010; Revolución y exilio en la historia de México. Del amor de un historiador a su patria adoptiva. Libro de Homenaje a Friedrich Katz, 2010 (texto que coordinó y en el que también participó como autor); Ensayos de historia sociopolítica de la Revolución mexicana, 2011, y de 1913-1914: de Guadalupe a Teoloyucan, 2013. También es autor de los capítulos sobre Revolución mexicana de la Nueva historia mínima de México, 2004, y de la Nueva historia general de México, 2010, ambas publicadas por El Colegio de México. Asimismo, ha prologado y editado libros de algunos intelectuales españoles exiliados, como Eugenio Ímaz y Alberto Jiménez Fraud, así como de los mexicanos Gastón García Cantú y José E. Iturriaga. Ha sido director del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana y fue presidente de El Colegio de México, institución de la que es profesor-investigador desde 1991. Actualmente dirige la Academia Mexicana de la Historia
Desde el año 2004 conduce semanalmente el programa de radio “Conversaciones sobre Historia”, que se difunde en todo el territorio nacional en las frecuencias del Instituto Mexicano de la Radio (IMER).